"La competencia es buena, puesto que que sirve para potenciar la creatividad y hace que todos sean mejores." Esta frase es un ejemplo básico por el que la competencia es algo realmente beneficioso para un mercado y sus clientes. Nadie duda de que una situación de monopolio lleva a abusos, gracias al control de un producto que resulta importante para mucha gente. La mera posibilidad de poder elegir, ya hace que un mercado ofrezca variantes interesantes.
Sin embargo, en los videojuegos esto no es algo que tradicionalmente haya funcionado bien. Ya lo tratamos con nuestro repaso a la historia de la Segunda Generación de consolas: ahí, la extrema competencia (a veces incluso entre productos de la misma marca) estuvo a punto de acabar para siempre con las consolas y, si nos paramos a mirar cómo se han desarrollado las sucesivas generaciones, siempre nos hemos movido en una situación de oligopolio, con pocas consolas funcionando y, en algunos casos, curiosamente los de mayor expansión de la industria, con un sistema aplastantemente superior a la competencia en término de ventas.
Las generaciones de la NES, PlayStation y PlayStation 2 fueron claves para el desarrollo de los videojuegos y se asentaron en la ventaja que ofrecían unas consolas que tenía la mayoría de jugadores. Si, por supuesto, Nintendo 64 trajo algunos de los mejores títulos de la historia en competición contra la primera consola de Sony y PlayStation 2 superó a un sistema adelantado a su época (Dreamcast), al primero que empezó a traer los juegos de PC a las consolas (Xbox) y a la compacta GameCube, que tuvo algunos títulos realmente interesantes. La cuestión es que, esos juegos, pasaron a la historia igualmente y, si fueron lanzados en los sistemas minoritarios de la época, eso no impidió su impacto en la industria.
Es decir, aunque suene raro, en los videojuegos "viene bien" que haya pocas consolas y que una sea dominante.